El llamamiento anti-inclusivo

Jhonatthan Maldonado Ramírez

 

dame una distancia para abrazar tu diferencia.

dame en que pensar a las cuatro de la mañana cuando los gendarmes cuiden la metáfora de las elecciones.

dame esa mirada enorme de que aún queda nuestra complicidad para hacernos un lugar en el placer, contigo, y contigo, y contigo también.

y trae contigo a tu otra, a tu otra otra, esos gestos pequeños de lo que no somos.

y trae esos gestos rotos del cuerpo cansado bajo la esperanza que todo alguna vez cambie.

y trae la utopía política del ahora que sabe a frutas, transpiración y fluidos corporales.

siempre el siempre de nos matan, pero vivimos.

agotada del agotamiento que cierra los puntos sobre sí mismos.

robada del robo de aquellas miradas de deseo bajo la muestra final de nuestro fracaso, pero vivimos.

val flores, Interruqciones, 2013.

El intenso desagrado a la retórica de la inclusión mueve las siguientes líneas.

Sin miedo a equivocarme afirmo que la inclusión es una de las improntas del proceso de civilización/colonización; quienes se encuentran en posición de “incluir” establecen los parámetros de ingreso y permanencia sobre las formas de vida que serán admitidas dentro de ciertos límites o esquemas de normalización.

Nos encontramos en una sociedad empática y flexible. El buga ya trabaja con gays o lesbianas, estxs ya no son la “desviación absoluta”, sin embargo, el buga tolera en la inquietud y la incertidumbre: “o sea, no tengo problemas si se besan o casan, pero que no adopten”; a su vez enfrentamos el fascismo heterocissexista: ¡Con mis hijos no te metas!, ¡Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si naces mujer, seguirás siéndolo!; se intenta condenar a un año de prisión a Mariana Gómez por besar a su esposa, Rocío Girat, en los labios, mientras HSBC, BBVA, SANTANDER, BANAMEX, BANORTE, etc., cuelgan en sus sucursales la bandera arcoíris y montan anuncios de personas de la “diversidad sexual” usando sus tarjetas de crédito,

Por otro lado, se presume a Yalitza Aparicio como tesoro nacional por su participación en la película Roma, al mismo tiempo que el racismo de Sergio Goyri la llama “¡pinche india!” y Yuri exclama (objetualiza) “¡yo quiero una Yalitza en mi casa!”.

En el caso de la discapacidad se sigue una lógica similar, Jair Bolsonaro  declara un combate frontal contra la comunidad LGBTI, defensores medioambientales, feministas e indígenas, pero la “buena noticia” para muchas personas proderechos discas es el acto inclusivo en lengua de señas de Michelle de Paula, durante la toma de posesión del facho de su esposo.

Se comparten imágenes que reiteran la frase “La única discapacidad en la vida es una mala actitud” (dicha por Scott Hamilton) y no hay que olvidar que la racionalidad neoliberal necesita exhibir a las poblaciones precarizadas como culpables y responsables de su propia situación, con el fin de incorporar la competencia y autogestión como vínculos actitudinales de un pensamiento positivo que impulsa la sentencia: “no seas pesimista, el cambio comienza en ti”.

Hay que cuidarse del pensamiento positivo, ya que quienes lo predican suelen desplegar una ética empresarial que exhorta a toda persona a hacerse cargo de su vida sin depender de ninguna institución ni de nadie más, exponiendo aún más a ciertas poblaciones a la pobreza y socavando distintos derechos.

Se tropieza con un gran problema si admitimos que la desigualdad y la exclusión de las personas con discapacidad (y otras poblaciones precarizadas) se debe únicamente a las “malas actitudes” de quienes no se encuentran en la misma situación, pues se crea la ilusión de que será suficiente con un cambio actitudinal afirmativo para lograr una sociedad “inclusiva”; diría Laura Arese, como si se tratara únicamente de «valorar la riqueza de la diversidad» (revisen el uso que se da a la “Diversidad Funcional”, a veces no es más que la masturbación de la buena conciencia). Es decir, como si el problema no fuera la negligencia estructural, sino la ausencia de “valores», la falta de sensibilidad y el gusto por lo diverso (cosas que el marketing inclusivo ha sabido capitalizar).

La aporía neoliberal promueve el reconocimiento de la diversidad a la vez que los modelos de belleza, funcionalidad, optimización, rendimiento y eficiencia se vuelven más estrictos.

¿Qué tipo de inclusión es esa?, ¿quién incluye y para qué?, ¿queremos ser incluidxs para eso y por esos medios? Incluir es re-conquistar; significa volverse tornillo en esa maquinaria nociva llamada Mercado-Nación; significa vivir la “filantropía” de la empresa; significa sentirse “útil” en la coercitiva ficción del cuerpo íntegramente productivo; significa la aspiración a ser igualmente explotadxs.

Quisiera interrogar esa retórica inclusiva a través de la metáfora de la meseta; ¿qué es una meseta normativa de la inclusión? Es un terreno plano que corre por el centro de una montaña meritocrática y somatocrática, estar en la meseta hace movernos de un lado hacia otro bajo la sensación de una horizontalidad sin relieves, aunque pocas veces recordamos que el límite de su acogida, sus puntos culminantes y de terminación se convierten en zonas de sacrificio. En este sentido, considero que estamos experimentando la ilusión de ser “incluidxs” en un piso igualitario, recto y liso, cuando las formas de incluir enmascaran promesas de exterminio.

Por tales motivos esta breve incursión es un llamamiento anti-inclusivo ligado a la posibilidad narrativa de ampliar las formas de vida en común.

Un llamamiento

a no soltar la fantasía de otros sentires-pensares-y-haceres; a d-enunciar las negligencias estructurales que nos dan muerte o nos dejan morir, es decir, un llamamiento contestatario ante las heridas de muerte.

Un llamamiento

a seguirse organizando; a ser sensibles con otros tiempos, espacios, experiencias y luchas, a una articulación temblorosa, creativa y responsable; a repensar si nuestras identidades necesitan del sacrificio de alguien más; a recordar que la meseta normativa de la inclusión sigue dejando caer por el borde a las diferencias que no se ajustan en los estándares productivos del capitalismo.

Un llamamiento

a ser críticxs de una lucha que se vuelve mercancía; a hacernos cargo de nuestra mierda; un llamamiento a quienes exploran en la complicidad colectiva; a dejar atrás la superficialidad de lo “políticamente correcto” en aras de abrirse y asumir que lidiar con otrxs no siempre resulta agradable; a tomar conciencia que somos eso inestable que se hace entre el-yo-y-el-tú-y-el-tú-y-el-tú;

Un llamamiento

al goce y el placer de estar-junto-a (NO-estar-compitiendo-con); a crear una situación y tejer las solidaridades necesarias, afectivas, políticas, materiales; a tocarnos, a querer llegar a alguien; a texturizarnos.

Las texturas intensifican lo sensorial y la sensibilidad corporal; las texturas desbordan el tacto, nos hacen imaginar las dimensiones, el peso, las estructuras, el acumulado, el espesor, lo grueso o delgado, el agujerado o lo liso de un objeto; las texturas huelen, saben, suenan, nos hacen acercarnos o tomar distancia; las texturas son sentir-es; las texturas nos indican si “algo” se puede cortar, doblar, romper, escalar, estirar o quemar; las texturas son hibridaciones, coalescencias y singularidades; las texturas siempre son cuerpo; las texturas son frágiles; las texturas nos demandan estar fuera de sí, explorando/nos y expandiendo/nos en el entorno.

Seamos testigxs modestxs y asumamos cómo la retórica de la inclusión nos toca y envuelve, de nada sirve la automatización del deseo “dejar-de-ser-excluidx”, sobre todo si para trascender esa posición se-deben-emular-los-principios-de-la-normalidad.

Hay otras maneras de devenir en colectivo.

El camino no es la inclusión.